martes, 17 de diciembre de 2013

EL MEDALLÓN DE PLATA

   Siempre pensé que cuando una persona muere la perdemos para siempre, pero ciertos acontecimientos me hacen dudar de ello. Encontrábase el medallón de mi difunta amiga en la mesita de noche que estaba a la izquierda de mi cama, donde yo me encontraba. Tapada hasta la cintura y con un insomnio muy molesto, alargué el brazo y lo cogí. Nunca me dijo quién se lo regaló, pero sí que que fue una persona muy importante para ella. El medallón no sufría arañazos ni pérdida de brillo, parecía nuevo a pesar de que, por razones obvias, no lo era. Tenía algo parecido a un Sol en el centro y unido a él una fina cadena de plata. Todo el medallón en sí lo era.
   Con el medallón en las manos decidí levantarme e ir a la ventana de mi habitación con la esperanza de que el viento procedente del exterior ahuyentara mi insomnio. Abrí la ventana y en el árbol más cercano vislumbré un pequeño búho de ojos amarillos que me miraba fijamente. No le di importancia.
   En ese momento, de detrás de otro de los árboles apareció una chica, al menos me pareció que lo era. Me quedé petrificada y aferrada al alféizar de la ventana sin poder apartar los ojos de aquella muchacha. Una larga gota de sudor frío me recorrió la mejilla derecha. Empezaba a caminar hacia mí lentamente sin emitir sonido alguno. Llegó hasta la puerta de la casa, el terror y el miedo eran dueños de mi ser, levantó su mano e intentó girar el picaporte. Con un intento fallido de vencer mi miedo intenté huir, alejarme de la ventana, con tan mala suerte que resbalé, golpeándome la cabeza con el propio alféizar y quedando inconsciente.

   Al despertar aún era de noche y el medallón descansaba junto a mi golpeado rostro. ¿Había resbalado gracias a él?


   Con un temor que jamás antes había sentido me acerqué muy despacio a la ventana para comprobar si aquella figura femenina seguía ahí. No lo hacía. ¿Estaría en la casa? No se oía sonido alguno. Decidí tumbarme en la cama con mi reproductor de música hasta que consiguiera volver a conciliar el sueño.

   Largo rato después, mientras aún escuchaba música, abrí los ojos que hasta ese momento había mantenido cerrados y vi a la chica fantasmal tumbada a mi lado. Mi sobresalto fue evidente. La angustia me oprimió el pecho de nuevo. Caí de la cama aterrorizada y me arrastré como pude hasta tocar una de las pareces de la habitación. La chica no parecía moverse, diría que estaba dormida. Con un profundo terror recorriendo mi cuerpo me levanté sin alejarme de la pared. Me decidí a mirar a aquella chica a la cara, a los ojos. Era mi difunta amiga.


   Entonces lo comprendí todo; mi amiga no estaba muerta, me encontraba en su casa, había estado intentando dormir en su cama, asomada a su ventana y escuchando su reproductor de música. Mi amiga vivía, siempre lo había hecho, jamás murió. En aquella habitación no había ser más difunto que yo.

2 comentarios:

  1. Lo haces genial.
    Consigues tenerme intrigada hasta el final, donde lo bordas con algo inesperado.
    Buen relato.
    ;)

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