Se abre el telón, el público en penumbras y una única luz ilumina el centro del pequeño escenario. Sale a escena Tankuro, un títere humanoide disfrazado de arlequín. Su sonrisa es amplia, tanto que inspiraba infinidades de sentimientos excepto alegría. Comenzó a hablar con una voz que no le pertenecía, pero él lo ignoraba. Tankuro relataba circunstancias cómicas de su pasado. Desdichado sea, pues dichas circunstancias nunca fueron casuales. Agitaba sus pequeños bracitos de trapo y madera para imitar las alas de un ave, saltaba para fingir que lo hacía sobre charcos con la suficiente agua para mojarse casi al completo, se arrojaba al suelo aparentando desmayarse para segundos después despertar haciendo un sonido agudo con su voz prestada... Tras terminar sus actuaciones marchaba a dormir a su lecho: una superficie rectangular forrada de cuero. Y allí dormitaba hasta minutos previos de su próxima función. Oh, desdichada marioneta, ahora llega el golpe que te quitará esa venda tan fuertemente aferrada que llevas sobre los ojos. Comenzaba una nueve actuación; telón arriba, público en la oscuridad y la pequeña luz que lo iluminaba. Tan sólo unos pocos minutos después de comenzar con sus chanzas, tropezó. Cuán grande fue su sorpresa cuando se vio levantarse rápidamente siendo consciente de que aquel accidente lo había dejado momentáneamente petrificado. ¡Prácticamente levitó! Pese a su desconcierto, oyó a la que él creía que era su voz continuar con las cómicas historias. El miedo le empezaba a poseer. Fue entonces cuando alzó la vista a las alturas y contempló unos finos y poco visibles hilos que se unían a sus brazos, a sus piernas, a su cabeza... Su mundo, o el que habían creado para él, se le cayó a los pies. Su vida era una mentira, sus decisiones nunca fueron tomadas por él, su voz y sus historias nunca fueron realmente suyas... Ni siquiera era un arlequín, era un alma. Un alma sin cuerpo que doblegar a su voluntad. Atrapada en un cuerpo compuesto por trapos y madera. Y nada podía hacer para remediar esos hechos. Ahora sólo podía esperar que su madera se pudriera y fuera usada para alimentar el fuego.
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