Lamía la sangre ya fría del sucio suelo.
En apariencia una joven; en realidad un alma torturada.
Cabellos negros despeinados cubrían sus ojos;
de las comisuras de sus labios un fino hilo de sangre brotaba,
su ropa manchada y de un nauseabundo hedor perfumada
se veía harapienta y ajada.
Aquel charco de sangre fría y arrancada
la convertían en un criatura solitaria y desdichada.
«¿Por qué sigo alimentando al Diablo?» se preguntaba.
«¿Por qué sigo bebiendo si prefiero estar muerta y sepultada?»
Con el puño limpió sus labios de sangre,
decidida a abandonar aquella vida de cochambre.
Pero ¿cómo muere un ser cuyo corazón no es palpitante,
sino congelado y con malicioso semblante?
Si Vlad la viera, si Vlad la conociera,
si pudiera explicar que la posee el carácter de una fiera.
Mas encontró el modo de que su ser se desvaneciera.
Enterrada y, para su deseo, sepultada,
una lágrima en su mejilla se derramaba.
Con una mano cubría sus ojos lúgubres,
y a su vez, sonrisa de azufre.
Jamás deseó el féretro rasgar,
pues allí murió en silencio sepulcral.
Desdicha, dolor y también paz;
se encontraba bajo tierra,
pero comenzaba a volar.
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