El silencio se había hecho dueño de la noche mientras las calles desiertas espiraban tinieblas. Las ventanas de las tantas casas que contemplaba en mi recorrido no me otorgaban la oportunidad de hallar vida en la entrada de aquella siniestra ciudad, pues no vislumbré luz alguna tras ellas, mas podía percibir ojos ocultos entre las sombras. No sabía si mi presencia en aquel lugar era de agrado para sus habitantes pero me era necesario pasar la noche en aquel lugar para continuar mi camino. Con el traqueteo del carruaje en el que viajaba como único sonido perceptible me hallé observando aquella ciudad fantasmal; herrerías, sastrerías y la que parecía la única escuela del lugar estaban completamente cerradas; los callejones menos estéticos estaban desprovistos de vagabundos, gatos o ratas e incluso los árboles de de las varias zonas verdes que formaban parte de la ciudad no poseían flores o frutos.
Más allá de todo eso la ciudad no carecía de buena presencia y ciertos lujos; las calles estaban limpias; la vegetación sana, incluso pude ver algunas huertas mientras agudizaba mi capacidad de observación; y no se contemplaban indicios de destrozos o imperfecciones.
Llegamos a una enorme plaza donde se podía contemplar una enorme fuente que, aunque su estado era perfecto y transmitía cierta elegancia, no expulsaba agua, mas poseía agua en los diferentes pisos circulares que la formaban; tres, de mayor a menor tamaño de abajo a arriba. Supuse que era causa de la lluvia días atrás. El cochero había hecho parar a los caballos y esperaba mi salida del carruaje. Cogí las dos maletas con las que viajaba y al pasar junto al no muy amigable cochero puse una de las maletas en el suelo para extraer el dinero con el que debía pagarle. Él lo cogió y se puso en marcha con la intención de abandonar aquel lugar.
Volví a coger la maleta que había dejado y fui en pos de un lugar en el que pasar la noche. Seguía caminando entre oscuras y solitarias calles cuando encontré a un hombre de elegante atuendo y algo peculiar en el rostro. Llevaba una máscara dorada por el lado derecho de la misma y de color negro en el izquierdo acompañado de espirales doradas sobre el color negro y espirales negras en la superficie dorada. Lo más llamativo era el zafiro de color verde que se encontraba en la parte superior de los simulados ojos de la máscara. Por lo demás lucía un sencillo y elegante traje negro ataviado con una capa de color castaño.
-No creo equivocarme si afirmo que no es usted de estos lares, ¿cierto? - dijo justo cuando pasé a su lado.
-¿En qué lo ha notado? - respondí con algo de desconfianza.
-Lleva usted máscara.
-¿Disculpe?
-Lleva usted máscara - repitió aquel extraño personaje. Tras observar mi cara de escepticismo siguió hablando. - Estoy seguro de que está buscando un lugar donde pasar la noche. Le acompañaré a la posada más cercana y le explicaré la pequeña peculiaridad que envuelve esta ciudad. Quizá usted crea que el que se oculta bajo una máscara soy yo, ¿verdad?
Comenzamos a caminar por una estrecha calle que acabó desembocando en una majestuosa casa de enormes proporciones a la que llegaban visitantes también con máscaras ante sus rostros.
-¿Y acaso no es así?
-Lo cierto es que no, querido amigo. Para nosotros una máscara es utilizada para ocultar los sentimientos de quien la lleva; para fingir alegría cuando nos inunda la tristeza, para ocultar odio y resentimiento tras una falsa sonrisa o para que un asesino transmita amabilidad y simpatía antes de cortarle el cuello.
-Es una curiosa forma de verlo.
Aquel hombre continuó con su palabrería sin ni tan siquiera prestarme atención.
-¿Y qué mejor máscara que el rostro humano para conseguir todo esto? Lo que llevamos en esta ciudad ante nuestro rostro no es una máscara, es la oportunidad de vivir más feliz, la oportunidad de no prejuzgar a otros por ciertas expresiones que pueden verse en esos rostros de carne. Y todo esto nos transmite confianza.
-Es la primera vez que me encuentro con una situación como la que me relata usted. ¿Es una falta de respeto el que yo lleve descubierto el rostro o, en este caso, que lleve la máscara de carne?
-En absoluto, pero sería mejor que se dejase llevar por esta costumbre. Ésta es mi casa -, dijo señalando la gran mansión de los visitantes enmascarados. - en ella celebramos una fiesta y podré ayudarle con este problema.
Me sentía algo cansado, el traqueteo del carruaje había llegado incluso a marearme, pero uno de mis grandes defectos, o virtudes, es la curiosidad, y todo lo acontecido por el momento me intrigaba y me obligaba a saber más.
-De acuerdo, siempre que no sea una molestia - dije aún sin que aquel hombre me inspirara confianza.
-No lo es - me respondió.
Al entrar en aquella mansión vi como muchas de las personas que allí se encontraban giraban sus caras enmascaradas hacia mí. Supuse que se preguntarían el porqué de mi cara al descubierto.
Una vez dentro aquel misterioso hombre me guió por un gran pasillo donde, para mi sorpresa, se encontraban algunas personas que no poseían máscaras. Todo indicaba que eran invitados de aquella fiesta, pues hablaban y reían mientras sostenían copas en las manos de las cuales disfrutaban de su contenido.
Momentos después entramos en una gran sala repleta de máscaras; había máscaras colgadas en las paredes, colocadas en pequeñas mesas sobre finos pañuelos de tela y en unos utensilios de madera apropiados para colocarlas parecidos a percheros.
-Aquí es donde la gente deja su rostro y disfruta de la fiesta. No se lo he dicho pero resulta que la susodicha fiesta es un baile de máscaras.
-Y por eso llevan el rostro de carne al descubierto.
-Exactamente, son las verdaderas máscaras. Mientras permanezca en el interior de la casa y disfrutando de la fiesta podrá permanecer tal cual, pero cuando decida marcharse será mejor que se lleve alguna máscara para que sea su verdadero rostro mientras su estancia continúe en nuestra ciudad.
Tiempo después estaba en el salón principal, rodeado de invitados que parecía estar disfrutando del lugar y sus lujos, cuando vislumbré un pasillo de tamaño medio donde se encontraba lo que parecía ser una mujer, pues llevaba la cara cubierta con una máscara de color blanco con lo que daba la impresión de una gran pincelada de color dorado en el ojo derecho que se deslizaba hacia atrás y al final de la propia máscara, por el mismo ojo hacia bajo tenía dibujadas unas gotas azules que aparentaban ser lágrimas, el labio superior era de un color azul más intenso que el de las lágrimas, del mismo color se encontraba dibujado el labio inferior, salvo que el color azul intenso sólo cubría la parte central del labio y debajo del ojo izquierdo se podía ver una espiral dorada que cubría toda la mejilla izquierda de la máscara. La mujer tenía un largo pelo liso de color negro y una hermosa figura. Por unos instantes me pareció absurdo pensar que me estaba mirando pero mi intuición me decía sí lo hacía. Finalmente me hizo un gesto con la mano para que me acercara. Cuando comencé a caminar hacia ella, la mujer hizo lo propio hacia la profundidad del pasillo, giró a la izquierda, donde el pasillo de alejaba del jolgorio y la luz de la estancia iba desapareciendo poco a poco adaptando un tono lúgubre, y acabo entrando en una habitación con la misma escasez de luz del pasillo.
-¿La puedo ayudar en algo, señorita? - dije mientras empujaba suavemente la puerta que nunca había estado cerrada.
La mujer con una voz apagada y temerosa se dignó a contestarme:
-Tiene usted que marcharse de esta ciudad.
-¿Cómo dice? - dije mientras entraba en la habitación y cerraba la puerta sin saber a ciencia cierta por qué.
-Tiene usted que marcharse o no podrá hacerlo jamás.
-¿Por qué dice usted eso?
-El hombre que lo invitó a esta celebración no es tal y como usted lo ha visto. Él es cruel y malvado, se divierte haciendo daño a los demás y acabando con sus vidas. Los que no están de su parte acaban sufriendo y no permite que los forasteros abandonen este lugar. - su voz empezaba a quebrarse.
-¿Cómo puedo saber que es cierto todo esto de lo que usted me habla?
Entonces ella levantó los brazos y aproximó las manos a la máscara que le cubría el rostro de carne. Desató el nudo que había detrás de la máscara y acto seguido se desprendió de ella.
Junto a su ojo izquierdo, justamente encima tenía una fina cicatriz que hacía que el párpado estuviera unos milímetros cerrado; su mejilla derecha estaba amoratada y parte de ella cubierta por costras, dando por hecho que en algún momento hubo una herida que sangró y tiempo después cicatrizó; por último, en la parte izquierda del labio inferior también podía observarse un hinchazón de color púrpura que no pintaba nada bien. A pesar de todo la mujer era bella.
Me quedé sin palabras, intenté consolarla pero no emití sonido alguno. La mujer puso ambas manos en mi pecho, me miró con ojos vidriosos y me dijo:
-Por favor, márchese antes de que sea tarde.
En ese momento la puerta se abrió violentamente y pudimos ver al hombre que me había invitado a aquella fiesta en el umbral de la misma. Se había despojado de la máscara dorada.
-Vaya, parece que me han robado el privilegio de sorprenderlo por mí mismo - dijo. - Tendrá que disculparme.
Aquel hombre sonreía de la forma más siniestra que mis ojos hayan visto jamás. Alzó la mano y sin poder percatarme del objeto que sostenía en la mano derecha me golpeó con él en el cráneo y perdí la conciencia.
Al despertarme me encontraba en un calabozo que nada tenía que ver con la lujosa mansión en la que había estado instantes atrás, pues era sucio, con paredes de ladrillos que parecían que tenían siglos, húmedo y habitado por alguna que otra rata. Me encontraba atado a la pared con cuerdas que provenían de la parte superior de ésta, por lo que mis brazos quedaban alzados y mi espalda en contacto con la propia pared. El ambiente estaba cargado por la humedad y el poco aire que corría por aquellos lares. De repente el hombre de la máscara dorada apareció en escena y con un cuchillo de grandes dimensiones me rasgo el pecho de lado a lado en horizontal. Grité al sentir el objeto cortante sobre mi piel.
-Saludos, amigo. También tengo una extraña forma de saludar como puede ver.
Aquel hombre seguía sonriendo, parecía tranquilo, como si todo aquello fuera algo que acostumbraba a hacer con regularidad.
-¡Bastardo! ¿Qué demonios se cree que hace?- grité.
-Oh, no se altere amigo. No tardaré demasiado, no me gusta regodearme en mis artes.
-¿Artes? Maldito carnicero, es usted un salvaje.
En ese instante me golpeó el rostro con el puño y los labios me comenzaron a sangrar. Escupí sangre.
-Respeto, ¿con quién crees que estás hablando, estúpido? -. El hombre empezó a deambular unos segundos por el habitáculo y volvió a hablar. -Creo que te mereces que empecemos por tu amiguita, un hombre cambia de actitud cuando ve lo que le espera. Será rápido.
La mujer se encontraba atada en la pared de mi izquierda, con los brazos también alzados pero en su caso cara a la pared, justo debajo de una pequeña ventana con barrotes negros.
La chica emitió un breve lamento y acto seguido aquel hombre de oscura sonrisa clavó el cuchillo en su pecho arrastrándolo hacia abajo haciendo que varios de sus órganos cayeran al suelo acompañado por una enorme cantidad de sangre. La chica acababa de morir y yo era el siguiente. El hombre, con el rostro y las vestimentas empapadas de sangre se giró hacia donde me encontraba y comenzó a caminar hasta mi posición. Tiré con todas mis fuerzas de la cuerda que ataba mis manos y gracias al mal estado de la pared se desprendió de ésta. Cogí el primer instrumento que encontré, que resultó ser una hoz, y se la clavé en el rostro a aquel hombre, concretamente en su ojo derecho, vaciándolo de fluidos en el acto. El hombre cayó muerto. Lo contemplé durante unos minutos y poco después comencé a andar sin volver a mirar a la mujer. Tras subir unas escaleras y recorrer un pasillo llegué de nuevo a el salón principal, donde las personas que aún bebían y bailaban contemplaron mi atuendo destrozado y mis heridas y automáticamente quedaron enmudecidas. Entendí que no intentaran detenerme porque eran víctimas que obedecían a aquel hombre por temor, fingiendo disfrutar de aquella peculiar fiesta. Entré en la habitación donde aquellas personas habían depositado sus máscaras para coger mi maleta, pues allí la había depositado, y después abandoné aquella enorme casa con la intención de largarme de aquella ciudad en aquel mismo instante.
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