viernes, 15 de agosto de 2014

LOS MONSTRUOS TAMBIÉN TIENEN PESADILLAS

La noche era silenciosa, no se oía tráfico en las calles y el clima era notablemente agradable. Sólo se escuchaba el canto de las cigarras propio de las madrugadas. Tom se encontraba en la cama, tumbado al lado de su mujer que dormía profundamente. Decidió levantarse, salir de la habitación, bajar las escaleras y llegar hasta la cocina donde se preparó un té, todo esto haciendo el menor ruido posible para no despertar a sus dos hijas que también dormían.
Hacía meses que a Tom le rondaban por la mente unos pensamientos realmente terroríficos, deseaba realizar unos actos muy alejados de la racionalidad. No era la primera vez que bajaba de madrugada a la cocina a prepararse un té esperando que ello le disolviera esos oscuros pensamientos.
Comenzaron a temblarle las manos tan intensamente que dejó el vaso en la mesa y acto seguido cruzó los brazos apoyándolos en el pecho para intentar mitigar los escalofriantes movimientos de sus manos, después las metió en los bolsillos. Con el paso de los minutos el temblor fue disminuyendo, pero no sus horribles pensamientos. Entonces subió de nuevo a su habitación y haciendo el menor ruido posible se quitó el pantalón del pijama y la camiseta blanca de mangas cortas que llevaba para ponerse unos vaqueros, unas zapatillas de deporte y una camiseta de color beige.

Al salir de casa, sin apenas control de lo que hacía, subió en su coche y condujo calle abajo unos largos metros hasta escoger una casa en la que se podía contemplar que una de las ventanas del piso superior se encontraba abierta. Aparcó el coche en la calle contigua a en la que se encontraba la entrada de aquella casa y entonces salió al exterior. Debían de ser las cinco de la madrugada y en la calle no se observaba más ser humano que Tom. Éste subió fácilmente al pequeño muro que rodeaba la casa, luego se encaramó al póster de luz que se encontraba junto a la ventana para trepar por él hasta alcanzar el alféizar e introducirse en la vivienda. Gracias a la luz de los faroles que se extendían por la calle pudo ver que se encontraba en la habitación de una niña. A su alrededor pudo ver muñecas con diferentes atuendos en una estantería de tamaño medio, un gran póster de Monster High en la pared y un marco de corcho donde había varias fotos con diferentes personas de la que debía ser la chica a la cual pertenecía aquella habitación.
En ese momento Tom se giró y vio una cama con sábanas de un suave color amarillo donde se encontraba la propietaria de todo lo que acababa de ver. Era un niña de unos doce años, con el pelo negro y un peluche de Dora, la Exploradora bajo el brazo. Tom se quedó mirándola unos instantes y después salió de aquella habitación.

Se encontraba en un pasillo con tres puertas de color marrón oscuro cerradas y una abierta al final del mismo. Se dirigió hacia la que estaba abierta y contempló a una mujer de pelo castaño, la cual supuso que sería la madre de la niña que acababa de ver, totalmente dormida. No había nadie junto a ella pero Tom supo que no era soltera porque la cama era de matrimonio y tampoco era viuda porque justo al lado de la cama había una silla con ropa masculina. Supuso que su marido estaría trabajando. La mujer no tenía el cuerpo cubierto por las sábanas de su cama, por lo que Tom pudo ver que vestía una fina camiseta de tirantes con un pantalón corto de un claro color marrón. Rozó una de la piernas de la mujer con su mano izquierda y los pensamientos oscuros se intensificaron.



En ese instante la mujer abrió los ojos y lanzó un grito que quedó rápidamente ahogado por las manos de Tom en el cuello de ésta. Forcejeó hasta quedar inconsciente y entonces Tom separó lentamente las manos de su cuello. Se giró y contempló a la niña de la habitación anterior de pie junto a la puerta de la habitación de su madre con el peluche que la acompañaba en su cama aún en la mano. La pequeña empezó a correr por el pasillo y Tom comenzó a perseguirla no sin antes coger de la mesita de noche de la mujer una botella de cristal con un líquido transparente que parecía ser agua en su interior. Apenas unos pasos después alcanzó a la niña e hizo impactar la botella en su cráneo. La botella se rompió en varios y pequeños fragmentos de cristal poco antes de que la niña cayera inconsciente al suelo con el rostro, la ropa y su compañera de peluche cubiertos de sangre. En ese instante se oyó el llanto de un bebé en una de las habitaciones que tenían la puerta cerrada. Tom abrió la puerta de la que creyó que provenía aquel llanto y encontró una pequeña cuna de color blanco justo delante de una gran ventana cubierta por cortinas también de color blanco, aunque éste último era un blanco algo transparente.
Corrió las cortinas, abrió la ventana y cogió al bebé en brazos. Se acercó a la ventana, extendió los brazos y muy despacio deslizó al bebé entre sus manos hasta dejarlo caer. En ningún momento Tom miró hacia abajo para ver el resultado de aquella atrocidad que acababa de cometer. De repente oyó un ruido a sus espaldas y vio a la mujer apoyada en la puerta aún sin apenas aliento.
  -Bastardo... - murmuró.
No había muerto, sólo quedado inconsciente. La sorpresa de Tom fue mayúscula y ésta aumentó aún más cuando vio a la mujer correr hacia el con la cara poseída por el dolor y la furia a su vez cubierta de lágrimas.
Tom se apartó dejando que la mujer se golpeara con el alféizar de la ventana y una vez aturdida por el dolor no hizo falta más que un pequeño empujón para que la mujer sufriera el mismo destino que su hijo recién nacido. Tom permaneció unos largos minutos mirando la calle a través de aquella gran ventana aún sin mirar abajo. Justo después decidió emprender el camino de vuelta a casa.

Una vez en casa, aparcó el coche en el mismo lugar que lo dejó la primera vez y bajó de él para abrir la puerta de su casa e ir directo al baño y eliminar toda la sangre de su cuerpo antes de que su familia pudiese descubrirle con ese aspecto. Acto seguido volvió a vestirse con la camiseta blanca y el pantalón del pijama que había llevado puestos antes de su salida. Metió su ensangrentada ropa en una bolsa de color oscuro y salió de nuevo a la calle para arrojarla al contenedor más cercano. Una vez hecho esto volvió al interior de su hogar y se acostó al lado de su mujer con la tranquilidad de que ni ella ni sus hijos se habían percatado de todo lo sucedido en los últimos minutos. Al poco tiempo se quedó dormido.

A la mañana siguiente Tom se despertó gracias a los rayos de sol que le cubrían el rostro. La ventana estaba cerrada y las cortinas corridas. La única luz que entraba en la habitación era ese pequeño fragmento de luz que hacía fruncir el ceño a Tom. Éste se percató de que sus extremidades estaban extendidas hacia cada uno de los vértices de la cama y que no podía moverlas. Estaba atado y al mirar a su derecha vio del mismo modo a su mujer y a sus hijas, cada una en distintas sillas pertenecientes al salón. Intentaban gritar pero la mordaza que les presionaba los labios se lo impedía.
En ese momento entraron en la habitación dos personas, un hombre y una mujer, con las caras cubiertas con una máscara totalmente de color blanco que simulaban extraños rostros humanos.
  -Parece que nuestro querido amigo Tom se ha despertado. Buenos días. - dijo el hombre con voz maliciosa.
  -¡¿Quiénes sois?! ¡¿Qué diablos estáis haciendo?! - vociferó Tom.
  -¿A caso crees que eres el único que sabe divertirse? - intervino la mujer.
Después de preguntar aquello, la mujer corrió las cortinas y abrió las ventanas. Estaba diluviando. Hace un momento hacía un sol radiante y ahora llovía bruscamente. Tom no se lo explicaba.
La mujer enmascarada, junto al alféizar de la ventana, extendió los brazos hacia arriba dejando que las gotas de lluvia les empapara los brazos, el pelo y la propia máscara. Luego, sin cerrar de nuevo la ventana, se acercó a Tom, apenas unos centímetros separaban sus rostros, y dijo:


  -Parece que esta noche has gozado, ¿verdad, querido? - le acarició el rostro mientras Tom intentaba mover la cabeza de cierto modo para impedirlo sin éxito -. Ahora serás el espectador.

El hombre de la blanca máscara tiró del cabello de la mujer de Tom hacia atrás con brusquedad. Ésta emitió un grito ahogado nuevamente por la mordaza.
  -¡Emma! - gritó Tom.
  -Así que te llamas Emma, ¿eh? - dijo el hombre mientras olisqueaba el pelo de la mujer atada.
La mujer de la máscara sostenía unas tijeras en la mano derecha, nadie había visto de dónde las había sacado, y empezó a cortar el pelo a la Emma. Sus hijas, también amordazadas y atadas, lloraban a su lado.
En ese instante el hombre sacó de un maletín negro una botella de cristal y justo después miró a Tom.
  -Es un arma excelente, ¿no crees? - le dijo.
Dio un golpe con la botella en una de las paredes de la habitación y está se rompió. Soltó el cuello de la botella que le quedaba en la mano y cogió uno de los trozos de cristal de mayor tamaño.Se puso tras Emma y le cortó el cuello con un rápido gesto. La mujer comenzó a desangrarse.
  -¡Malditos cerdos! - gritó Tom mientras dos lágrimas caían por sus mejillas -. ¡Hijos de...!
La mujer dio una fuerte bofetada a Tom y éste se limitó a mirar a aquella máscara con ira y dolor.
Emma había muerto.
El hombre enmascarado continuó hablando:
  -Tranquilo, la siguiente será una muerte rápida -. Cogió una de la sillas con una de las niñas aún atada a ella y la arrojó por la ventana.
  -¡NOOO! Nooo... - exclamó Tom entre sollozos.
  -La última muerte será más divertida, hombre atado - dijo la mujer con una sonrisa.
Empujó la silla donde se encontraba su otra hija, también atada, haciendo que el rostro de ésta impactara violentamente en el suelo donde aún estaban los restos de cristales de la botella rota. Colocó de nuevo la silla en la posición inicial y todos contemplaron el rostro ensangrentado e incrustado de cristales de la pequeña. Los ojos de Tom no paraban de verter lágrimas.
Finalmente el hombre enmascarado dio un largo cuchillo a su compañera que esta acabó hundiendo en el pecho de la niña falleciendo ésta en el acto.

Fue entonces cuando ambos agresores se acercaron a Tom y éste vio como la mujer alzaba otra vez el ensangrentado cuchillo para clavarlo en el propio rostro de Tom.
Era extraño, no sentía ningún dolor y la noche reinaba nuevamente. Ya no estaba atado. Encendió la luz de la pequeña lámpara que se encontraba en la mesita que estaba junto a su lado de la cama y vio a su mujer durmiendo plácidamente. De inmediato salió de la habitación para ir a las de sus hijas y contempló que éstas también dormían con total tranquilidad.
Volvió a su habitación, las manos le sudaban, se sentó en el mismo lado de la cama del que se había levantado hace escasos minutos y se percató de algo:

LOS MONSTRUOS TAMBIÉN TIENEN PESADILLAS.

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