Hacía un calor bochornoso en el desierto de Dalah-Siheit, el sol desprendía con fuerza sus poderosos rayos. Jack cabalgaba a lomos de su caballo junto a sus dos compañeros de expedición, Elmer y Gary. Los tres montaban elegantes caballos de color marrón con la experiencia suficiente para largos caminos desérticos. Todos tenían un mismo destino, alcanzar la frontera del desierto en el que se encontraban. Hacía casi una hora que habían emprendido el camino e iban equipados con las necesidades más básicas: agua, abrigo para cuando la noche decidiera hacer aparición y los ya mencionados caballos entrenados para expediciones como ésta.
Al otro lado de la frontera a la que pretendían llegar se situaban los restos de Glimber Mazacoatl, un antiguo emperador azteca que fue temido por todos sus súbditos y del cual, hasta hace escasos días, no se conocía el paradero de sus restos.
Se levantó una suave brisa la cual sabían que no iba a mantener ese nivel de suavidad. Decidieron apretar el paso, pues que fueran atrapados en una tormenta de arena no era plato de gusto de ninguno, evidentemente.
-No me queda agua- dijo Elmer.
-¿Es posible que ya hayas acabados con tus sunistros de agua, Elmer?- quiso saber Gary.
-Eso parece, es lo que acabo de decir.
Jack cogió la cantimplora guardada en la bolsa de piel que estaba tendida a la derecha del lomo de su caballo y se la lanzó a Elmer. Éste la cogió al vuelo y se quedó mirando a Jack con un pequeño índice de asombro en el rostro.
-Ya me la devolverás cuando la sed me pida paso - dijo Jack al ver su cara.
Tiempo después y tras un largo periodo en silencio fueron conscientes de que aquella suave brisa estaba aumentando de un modo considerable. La visión se nublaba debido a la arena que estaba siendo agitada por el viento. Decidieron aumentar aún más el paso, tanto que sus caballos ya no trotaban sino que galopaban con la idea de salir de lo que se estaba convirtiendo en una poderosa tormenta de arena.
Mientras galopaban muy velozmente Jack cayó de su caballo y tanto Elmer como Gary frenaron la velocidad de los suyos. Entonces Jack oyó unas palabras que procedían de Gary, unas palabras que no esperaba escuchar y que le hicieron entrar en pánico.
-¡Déjalo Elmer, no podemos hacer nada, larguémonos o nosotros también perderemos a nuestros caballos!
¿Perder? Jack miró en derredor y vió, dentro de lo que aún era posible ver en aquella gran ventisca de arena, que su caballo había desaparecido. Lo más probable es que hubiera huído aterrado por la situación.
-¡¿Estás loco?!- contestó Elmer.
-¡Vámonos!, ¡¿a caso quieres morir también?!
Elmer miró a Jack con gesto indeciso durante unos segundos y acto seguido cabalgó en su caballo junto a Gary que hizo lo propio y ambos abandonaron a Jack. Éste dejando a un lado el profundo odio que empezaba a surgir en él, pues no había tiempo para ello, se puso en pie y empezó a caminar a con la esperanza de encontrar algún lugar en el que refugiarse.
Durante lo que le parecieron horas no logró encontrar refugio alguno y acabó derrumbándose en la fría arena. Su fin estaba próximo, no cabia duda. Entonces oyó una voz:
-¿Vas a rendirte?
Era una voz de mujer. Jack alzó el rostro e intentó ver la procedencia de aquella voz. No lo consiguió.
-¡¿Quién eres?!, ¿¡quién me habla?!
-Esta pequeña ventisca no es problema para ti, ponte de pie y encuentra mi voz.
Jack sacó sus últimas fuerzas de lo más profundo de sí y así lo hizo. Caminó hacia donde creyó que procedía la voz. Una vez en el punto de donde creyó que emanaba volvió a caer de cara a la arena. Entonces notó una mano en su hombro derecho y la venstisca amainó poco a poco hasta desaparecer. Pudo ver que había llegado la noche, probablemente hace unas horas.
Se giró y vio a una mujer ataviada con un vestido blanco de largas medidas que ni tan siquiera permitía ver sus pies. Tenía un hermoso pelo castaño también muy largo, lo que lo hacía más bello aún.
-Lo has hecho bien -le dijo- pero no perfecto. No deberías rendirte tan facilmente en el futuro.
A Jack no le salían las palabras, se encontraba muy sorprendido, y era lógico. Finalmente consiguió hablar y dijo:
-¿Fácilmente?, ¿futuro? Es muy posible que mi futuro se haya esfumado. A todo esto, ¿quién eres?
-Levántate, extranjero -Jack así lo hizo y se sacudió la gran cantidad de arena que lo cubría debido a la tormenta- me llamo Xalaquia.
-¿Xalaquia? Es un nombre extraño.
-Todo nombre ajeno al lugar donde nos críamos nos resulta extraño, extranjero.
-No me llames así, me llamo Jack, Jack Draven.
-Entendido, Jack Draven.
-¿Me vas a explicar que hace una mujer con un simple vestido como equipaje en mitad del desierto?, ¿y por qué no estás cubierta de aren...?
En ese instante Jack oyó un fuerte rugido a su espalda, se volvió lentamente y vio a pocos centímetros de su cara el rostro de un tigre de color blanco con unos preciosos ojos verdes.
martes, 28 de enero de 2014
martes, 7 de enero de 2014
BUSTER
Me desperté a pocos minutos de ir a clase, desconecté la alarma del reloj y permanecí tumbado en la cama unos minutos más. Al cabo de esos minutos alcé el cuerpo y quedé sentado en la cama el tiempo suficiente para apartarme el cabello del rostro. Acto seguido me levanté y fui al baño a asearme. Mientras me lavaba los dientes me dí cuenta que en lo más profundo de mi memoria había un pequeño recuerdo de anoche el cual no tenía muy claro, quizá hubiese sido un sueño. Recordaba un suave y agradable aullido y que era de noche, eso era más que evidente.
Terminé de asearme y partí camino a clase. Al volver a casa y con el recuerdo del aullido aún rondando por mi memoria me dispuse a terminar mis deberes y tareas que me habían encomendado los distintos profesores del instituto.
Llegó de nuevo la noche y tras dar las tradicionales buenas noches a mi madre decidí irme a la cama. Me tumbé sobre ella y me tapé hasta la cintura, momentos después estaba plácidamente dormido.
Desperté tras un pequeño sobresalto el cual no sabía gracias a qué se había producido. Vi que aún era de noche y tanto en el interior de mi casa como en las frías calles del exterior no existía sonido alguno, todo cómodo y placentero silencio.
De repente oí un suave aullido, parecía lejano, apenas perceptible. No me asusté demasiado pues era normal oír a animales callejeros como perros y gatos en las noches de madrugada.
El aullido volvió a oírse, esta vez más cerca que la vez anterior, bastante más. Decidí levantarme de la cama y mirar por la ventana de mi habitación. Absolutamente nadie habitaba las calles en aquel momento.
Por tercera vez el aullido se dejó oír, esta vez procedía desde dentro de la habitación. Me giré bruscamente pero no vi nada en absoluto. Me dirigí rápidamente a mi cama, me tapé la cabeza con las sábanas y así me quedé dormido hasta la mañana siguiente.
Al despertar, esta vez gracias al reloj, estaba empapado en sudor y aún con la sábana sobre la cabeza. La aparté rápidamente y me dirigí a mi tradicional aseo.
Una vez desayunando en el comedor se me ocurrió preguntarle a mi madre:
-Mamá, ¿no oíste nada anoche?
-¿Anoche? -dijo ella- No, ¿por qué lo preguntas?
-Por nada, es que no he pasado una noche demasiado buena.
No quería preocuparla sin estar totalmente seguro de que lo que había oído era totalmente cierto y no imaginaciones mías. Cogí la mochila y partí de nuevo a clase.
Tras volver del instituto, haber acabado mis tareas y pasar unas horas en mi habitación leyendo y escuchando algo de música llegó de nuevo la noche. Tras dar las buenas noches a mi madre me acosté bastante tenso e intranquilo, situación nada inesperada dadas las circunstancias de anoche. Me costó algo más concebir el sueño pero acabé lográndolo.
De nuevo desperté de madrugada con el aullido de perro sonando esta vez junto a mi cama. No pude evitarlo ni controlarme y grité a viva voz:
-¡¿QUIÉN ERES?, ¿QUÉ QUIERES DE MÍ?!
Pocos segundos después entró mi madre en la habitación con signos de preocupación y terror en el rostro.
-¡Mamá, es un perro, es el aullido de un perro!
A mi madre se le destensó un poco el rostro, se sentó junto a mí en la cama y me dijo:
-¿Recuerdas a Buster?
-¿El perro que teníamos cuando era pequeño?
-Sí, ¿sabes? Es posible que nunca se marchara y que se quedara contigo para protegerte por siempre.
-¿Tú crees?
-Lo creo. Cuando lo oigas aullar no temas pues el nunca te haría daño, el amor que os tenías era muy bello y hermoso y la muerte no fue lo bastante poderosa como para romperlo.
Desde aquella noche jamás tuve miedo a aquel aullido pues pertenecía a un gran amigo casi olvidado que ahora sé que nunca olvidaré.
Terminé de asearme y partí camino a clase. Al volver a casa y con el recuerdo del aullido aún rondando por mi memoria me dispuse a terminar mis deberes y tareas que me habían encomendado los distintos profesores del instituto.
Llegó de nuevo la noche y tras dar las tradicionales buenas noches a mi madre decidí irme a la cama. Me tumbé sobre ella y me tapé hasta la cintura, momentos después estaba plácidamente dormido.
Desperté tras un pequeño sobresalto el cual no sabía gracias a qué se había producido. Vi que aún era de noche y tanto en el interior de mi casa como en las frías calles del exterior no existía sonido alguno, todo cómodo y placentero silencio.
De repente oí un suave aullido, parecía lejano, apenas perceptible. No me asusté demasiado pues era normal oír a animales callejeros como perros y gatos en las noches de madrugada.
El aullido volvió a oírse, esta vez más cerca que la vez anterior, bastante más. Decidí levantarme de la cama y mirar por la ventana de mi habitación. Absolutamente nadie habitaba las calles en aquel momento.
Por tercera vez el aullido se dejó oír, esta vez procedía desde dentro de la habitación. Me giré bruscamente pero no vi nada en absoluto. Me dirigí rápidamente a mi cama, me tapé la cabeza con las sábanas y así me quedé dormido hasta la mañana siguiente.
Al despertar, esta vez gracias al reloj, estaba empapado en sudor y aún con la sábana sobre la cabeza. La aparté rápidamente y me dirigí a mi tradicional aseo.
Una vez desayunando en el comedor se me ocurrió preguntarle a mi madre:
-Mamá, ¿no oíste nada anoche?
-¿Anoche? -dijo ella- No, ¿por qué lo preguntas?
-Por nada, es que no he pasado una noche demasiado buena.
No quería preocuparla sin estar totalmente seguro de que lo que había oído era totalmente cierto y no imaginaciones mías. Cogí la mochila y partí de nuevo a clase.
Tras volver del instituto, haber acabado mis tareas y pasar unas horas en mi habitación leyendo y escuchando algo de música llegó de nuevo la noche. Tras dar las buenas noches a mi madre me acosté bastante tenso e intranquilo, situación nada inesperada dadas las circunstancias de anoche. Me costó algo más concebir el sueño pero acabé lográndolo.
De nuevo desperté de madrugada con el aullido de perro sonando esta vez junto a mi cama. No pude evitarlo ni controlarme y grité a viva voz:
-¡¿QUIÉN ERES?, ¿QUÉ QUIERES DE MÍ?!
Pocos segundos después entró mi madre en la habitación con signos de preocupación y terror en el rostro.
-¡Mamá, es un perro, es el aullido de un perro!
A mi madre se le destensó un poco el rostro, se sentó junto a mí en la cama y me dijo:
-¿Recuerdas a Buster?
-¿El perro que teníamos cuando era pequeño?
-Sí, ¿sabes? Es posible que nunca se marchara y que se quedara contigo para protegerte por siempre.
-¿Tú crees?
-Lo creo. Cuando lo oigas aullar no temas pues el nunca te haría daño, el amor que os tenías era muy bello y hermoso y la muerte no fue lo bastante poderosa como para romperlo.
Desde aquella noche jamás tuve miedo a aquel aullido pues pertenecía a un gran amigo casi olvidado que ahora sé que nunca olvidaré.
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